domingo, 10 de agosto de 2008

TESTIMONIO DE UN SEMINARISTA


¿Por qué? ¿Por qué yo?
Rafael Pou nLC
Con 18 años recién cumplidos, una moto de montaña, una familia estupenda, un montón de amigos y estudiando una carrera que me apasionaba, la verdad es que la idea de tirarlo todo por la ventana para hacerme sacerdote no entraba en mis planes. Rafa Pou nos cuenta su historia vocacional.

¿Por qué? ¿Por qué yo?

Esa fue mi primera reacción cuando, durante un retiro espiritual dirigido por los legionarios al que fui con mis amigos, a Dios se le ocurrió susurrarme :

- Te quiero legionario de Cristo

Efectivamente, con 18 años recién cumplidos, una moto de montaña, una familia estupenda, un montón de amigos y estudiando una carrera que me apasionaba, la verdad es que la idea de tirarlo todo por la ventana para hacerme sacerdote no entraba en mis planes

Mezcla explosiva

No pretendo engañar a nadie retratándome como un especie de rebelde sin causa a quien Dios derribó del caballo: desde muy pequeño mi fe y mi amistad con Cristo fueron algo muy importante para mí. Tuve la suerte de recibir en mi familia y en mi escuela una buena formación religiosa, y, lo que es más importante: el ejemplo de una fe viva, hecha obras, hecha amor a Cristo y al prójimo, en la figura de mis padres que, como miembros del Movimiento Regnum Christi, dedicaban parte de su tiempo a la colaboración en obras de apostolado.

Así pues, desde niño participé en el club del ECYD de mi ciudad, en el que recibía formación cristiana y realizaba actividades de acción social y voluntariado, a la vez que me divertía con mis amigos y crecíamos en nuestra amistad con Dios, en una explosiva mezcla de partidas de futbolín, campamentos de verano, ratos de oración, campañas de recogidas de alimento para los más necesitados, visitas a asilos y centros de acogida, partidos de fútbol, esquiadas, meditaciones, charlas de vida cristiana, excursiones a la montaña

Con algunos años más, durante mi bachillerato y en mi primer año de universidad entré a formar parte del Movimiento Regnum Christi. Con algunos amigos, empecé a dedicar parte de mi tiempo libre a colaborar en los mismos clubes en los que me había formado, dándome cuenta de todo lo que había recibido y de la realización que toda persona experimenta al darse con generosidad y descubrir que la entrega a los demás libera, hace feliz y le da un sentido y una seguridad incomparable a la propia vida.

Y cuando parecía que nada podía ir mejor Te quiero legionario de Cristo

Y es que no es lo mismo dejar entrar a Dios en tus planes que entrar tú en los planes de Dios. No concebía la idea de ser feliz en una vida como sacerdote, porque me sentía realizado y feliz con mi vida actualpero cuando empiezas a conducir un Ferrari te das cuenta de que tu Ibiza nunca volverá a llenarte igual. Y mi vocación legionaria es ese Ferrari que Dios me ha querido regalar.

- ¿Por qué?

La respuesta me encontró la Semana Santa de ese año, durante la que, venciendo mis ganas de irme a la playa o de quedarme en casa descansando, me fui con mis amigos al norte de Aragón con Juventud Misionera, una organización internacional de jóvenes que promueve las misiones de evangelización rurales y urbanas, desde las selvas mayas hasta las calles de Barcelona. La idea es formar grupos de jóvenes que dediquen parte de su tiempo- fines de semana, vacaciones de verano o de Semana Santa- para ayudar a los párrocos de zonas difíciles de atender, para recorrer la población puerta a puerta dando testimonio de la propia fe e invitando a los vecinos a acudir a misa, a participar en las actividades de la parroquia o acercarse a los sacramentos.

Pues bien, recorriendo con mis amigos esos pueblos del norte de España, perdidos entre los Pirineos, descubriendo esa realidad de centenares de almas necesitadas de formación y atención espiritual, alejadas de la fe por falta de sacerdotes que estuvieran allí para ayudarles, sentí en mi corazón removerse de nuevo esa inquietud, y en la noche del jueves santo, en la que nos quedamos en la Iglesia acompañando a Cristo durante la noche, arrodillado frente al sagrario, sentí que el Señor atacaba de nuevo:

- Rafa

(Aunque ahora soy el hermano Rafael, Dios acostumbra a tratarme de tú)

- Rafa, ¿me amas? Cuida de mi ovejas...

... Tú ganas, Señor. Y así fue como, superando con su ayuda todas mis dudas y temores, me decidí a apostar por Cristo y me lancé a la aventura de seguirle. Me fui durante el verano al candidatado de la Legión de Cristo, en Salamanca, para realizar una experiencia de discernimiento vocacional, no sin antes reunir a todos mis amigos y amigas en casa para cenar y dejando caer la bomba a medio brindis:

- Si Dios no lo remedia tendréis un amigo sacerdote

¿Miedo? ¡Eternidad!

Confieso que, cuando en septiembre entré en el noviciado y me vi de pronto vestido de negro, aún tenía algo de miedo: miedo a equivocarme, a no ser feliz, a echar de menos todo lo que dejaba Pero mirando ahora hacia atrás, me doy cuenta de que ni todas las amistades, estudios, fiestas y riquezas del mundo podían darme ni la décima parte de felicidad, la alegría y la paz que da el entregarse a Cristo.

La vocación legionaria es exigente, pero no hay nada comparable a la felicidad que da la compañía y la amistad de Cristo; la satisfacción que produce el saber que mi vida, con sus penas y alegrías, sus luchas y sus trabajos, tiene un sentido y que Dios se sirve de ella para hacer presente su amor en el mundo y salvar a los hombres; el estímulo y la ilusión que provoca el constatar la necesidad que tiene el mundo de Cristo y de la posibilidad que tengo yo de llevárselo; la gratitud que se despierta en mi interior cuando uno se da cuenta de cómo la Legión me ofrece los mejores medios para formarme lo mejor posible y poder ser así más eficaz en mi lucha por extender el Reino de Cristo

Resulta apasionante el contemplar el crecimiento de la Legión en el mundo, y cómo desde las selvas del Yucatán hasta las aceras neoyorquinas, desde Filipinas hasta Holanda, desde los más pobres hasta la esfera empresarial y de comunicaciones, sus sacerdotes se desgastan en su lucha por llevar a Cristo a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Además, hoy sé que mi vida no es una suma de días y noches, que mi existencia no es sólo la espera del fin de semana, y que poniéndolo en manos de Cristo, cada uno de mis minutos, vividos por amor a Cristo y a mis hermanos, va escribiendo una pequeña parte de la Historia de la Salvación, a la par que me hace inmensamente feliz, aquí y ahora.

Y además, como decía el protagonista de Gladiador:

¡Hermanos! ¡Lo que hacemos en esta vida tiene su eco en la Eternidad!

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