domingo, 5 de abril de 2009

domingo de ramos

Bookmark and Share

I. LA PALABRA DE DIOS

Procesión de Ramos: Mc 11,1-10: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”

Se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al monte de los Olivos, y Jesús mandó a dos de sus discípulos, diciéndoles:

—«Vayan al poblado de enfrente. Al entrar en él, encontrarán un burrito atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo. Y si alguien les pregunta por qué lo hacen contéstenle: “El Señor lo necesita y lo devolverá pronto”».

Fueron y encontraron el burrito en la calle, atado a una puerta, y lo soltaron. Algunos de los presentes les preguntaron:

—«¿Por qué tienen que desatar el burrito?»

Ellos les contestaron como había dicho Jesús; y se lo permitieron.

Llevaron el burrito, le echaron encima sus mantos, y Jesús montó en él. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante y detrás gritaban:

—«Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David.

¡Hosanna en el cielo!»

Is 50,4-7: “No me tapé el rostro ante los ultrajes, sabiendo que no quedaré defraudado”

Mi Señor me ha dado una lengua de discípulo, para saber decir al abatido una palabra de aliento.

Cada mañana me despierta el oído, para que escuche como los discípulos. El Señor me abrió el oído, y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que tiraban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos.

El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como roca, sabiendo que no quedaría defraudado.

Sal 21,8-9.17-20.23-24: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Flp 2,6-11: “Se rebajó, por eso Dios lo levantó sobre todo”

Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Mc 14,1-15,47: “Era media mañana cuando lo crucificaron”

Relata la Pasión de nuestro Señor Jesucristo. Invitamos a leer este largo pasaje directamente de la Biblia.

II. APUNTES

Se acercaba ya la celebración anual de la Pascua judía y, como todos los años (ver Lc 2,41), el Señor Jesús se dirige a Jerusalén. Lo acompañan sus Apóstoles y discípulos.

Mientras va de camino recibe un mensaje apremiante de parte de Marta y María, sus amigas, hermanas de Lázaro: «Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo» (Jn 11,3). Imploraban al Señor que fuera a Betania lo más pronto posible para curar a su hermano y evitar que muriese. El Señor, en cambio, espera unos días más aduciendo que la enfermedad de su amigo «no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella» (Jn 11,4). Terminada su espera se dirige a Betania. Lázaro había muerto y yacía ya cuatro días en el sepulcro. Entonces el Señor se apresta a realizar un milagro que supera lo que un profeta habría podido hacer: devolver la vida a un cadáver que se encontraba ya en un avanzado estado de descomposición (ver Jn 11,39-40).

Al ver a Lázaro salir caminando de la tumba el desconcierto inicial daba lugar a un indescriptible estado de euforia. Tan impactante y asombroso era este milagro que muchos «viendo lo que había hecho, creyeron en Él» (Jn 11,45). La espectacular noticia se difundió rápidamente por los alrededores, de modo que muchos acudieron a Betania a ver al Señor Jesús y a Lázaro. ¿No era suficiente este “signo” para acreditarlo ante los fariseos y sumos sacerdotes como el Mesías esperado? No es difícil imaginar el estado de exaltación que el milagro produjo entre los Apóstoles y discípulos al ver actuar a su Maestro con tal poder. Sin duda pensaban que al fin se acercaba ya la hora de su gloriosa y poderosa manifestación a Israel, la hora en que liberaría a Israel de la opresión de sus enemigos e instauraría finalmente el Reino de los Cielos.

Algunos testigos del milagro corrieron a toda prisa a Jerusalén llevando la noticia a los fariseos, quienes de inmediato se reunieron en consejo para plantearse esta cuestión: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales. Si le dejamos que siga así, todos creerán en Él y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación» (Jn 11,47-48). Acaso más que salvar el lugar santo les interesaba no perder su propio prestigio y poder ante el pueblo, así que en vez de reconocer el signo que acreditaba al Señor como un enviado de Dios «decidieron darle muerte» (Jn 11,53). Y como gran número de judíos al enterarse de lo sucedido acudían a Betania para ver también a Lázaro (ver Jn 12,9), los sumos sacerdotes decidieron darle muerte también a él «porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús» (Jn 12,11). A tanto llegaba la ceguera y la cerrazón de aquellos fariseos que, en vez de abrirse con fe a la evidencia de los hechos, más endurecían sus corazones.

Hasta aquel momento el Señor había insistido en que a nadie dijeran que Él era el Mesías prometido por Dios para su pueblo (ver Lc 8,56; 9,20-21). Ahora, sabiendo que pronto iba a ser “glorificado” (ver Jn 11,4), es decir, que se acercaba ya “la hora” de su Pasión, Muerte y Resurrección, hace todo lo contrario: cerca ya de Jerusalén y acompañado por la enfervorizada multitud, da instrucciones a sus discípulos para que le traigan un burrito para acercarse a Jerusalén montado en él. Se trataba de una señal clara, pues era la realización de una antigua profecía: «¡Exulta sin freno, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna… Él proclamará la paz a las naciones. Su dominio irá de mar a mar y desde el Río hasta los confines de la tierra» (Zac 9,9-10). Éste era el mensaje que quería dar el Señor al acercarse a Jerusalén montado en un burrito: Él era el rey de la descendencia de David, el Mesías prometido por Dios para salvar a su pueblo; en Él se cumplía aquella profecía.

El mensaje lo comprendió perfectamente la enfervorizada multitud de discípulos y admiradores que lo acompañaban, de modo que mientras que el Señor Jesús avanzaba hacia Jerusalén montado sobre aquel pollino algunos tendían mantos en el suelo para que pasase sobre ellos como sobre alfombras, mientras muchos otros acompañaban la jubilosa procesión agitando alegremente ramos de palma, signo popular de victoria y triunfo. Con ello querían proclamar su esperanza de que el Señor Jesús, quien ahora se manifestaba públicamente como el Rey-Mesías, traería la victoria a su pueblo.

Inundados del entusiasmo y la algarabía todos proclamaban incesantemente un estribillo: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (Mc 11,9-10). Al calificar a Jesús como “el que viene en nombre del Señor” hacían referencia al Mesías, y al decir “el reino que viene” se referían al reino mesiánico que habría de inaugurar el Rey-Mesías, de la estirpe de David.

Pero mientras ellos pensaban en el reino que instauraría mediante una aplastante victoria militar sobre los pueblos paganos, triunfo garantizado por una gloriosa intervención divina, el Señor se disponía a liberar a su pueblo de otra opresión más profunda: la del pecado y de la muerte. Su triunfo y exaltación gloriosa no serían sino los de su Pasión y su elevación en la Cruz (Evangelio).

Conociendo su doloroso destino, anunciado ya anticipadamente a sus discípulos en repetidas oportunidades (ver Mt 16,21; Lc 9,22), Él no se resiste ni se echa atrás (ver 1ª. lectura). Confiado en Dios, Él se ofrecerá a sí mismo, soportará el oprobio y la afrenta para la reconciliación de toda la humanidad con Dios. Por esta entrega obediente Dios exaltó y glorificó al Hijo que, siendo de condición divina, se rebajó a sí mismo «hasta la muerte y muerte de Cruz» (ver 2ª. lectura). Ante Él toda rodilla ha de doblarse y toda lengua ha de confesar que Él «es Señor para gloria de Dios Padre.»

No hay comentarios: