viernes, 4 de julio de 2008

MATRIMONIOS QUE RESISTEN A VIENTO Y MAREA


¡Siempre existirán! En la ciudad de Siroki-Brieg (a 30 km de Medjugorje), los registros de la parroquia no indican un solo divorcio entre sus 13.000 fieles. Desde tiempo inmemorial, ni una sola familia se ha destruido. ¿La Herzegovina goza de algún favor excepcional del Cielo? ¿Los recién casados pronuncian alguna fórmula secreta durante la ceremonia? ¿Existe algún poder mágico que aleja de sus hogares el demonio de la división?
¡La respuesta es mucho más simple! Durante siglos esos pueblos han su­frido cruelmente porque se les ha querido arrancar su fe cristiana y borrar pa­ra siempre el precioso nombre de Nuestro Señor Jesucristo, muerto en la cruz y resucitado para abrir a los hombres las puertas de la vida eterna. Saben por experiencia que su salvación procede de la cruz de Cristo. La salvación no proviene de los Cascos Azules, de los proyectos de desarme, de la ayuda hu­manitaria, de los tratados de paz o de las cláusulas de la ONU, aun cuando a veces esas realidades sirvan de canalizaciones para algunos beneficios. ¡La fuente de toda salvación es la cruz de Cristo! Esta gente posee la inteligen­cia de los pobres, esta magnífica sabiduría que consiste en no dejarse enga­ñar cuando se trata de la vida o de la muerte. Es por ello que han ligado in­disociablemente el matrimonio a la cruz de Cristo. Han cimentado el matri­monio que da la vida humana sobre la cruz que da la vida divina.
La tradición croata del casamiento es tan hermosa -descubierta por los peregrinos de Medjugorje- ¡que ya está haciendo escuela en Europa y hasta en América!
Cuando un joven se prepara para el matrimonio, no se le dice que ha encontrado a la persona ideal, al mejor partido. ¡No! ¿Qué le dice el sacerdo
367te? "Has encontrado tu cruz. Y es una cruz para ser amada, para ser llevada, una cruz que no deberás desechar, sino querer tiernamente." Estas palabras pronunciadas en una parroquia de Francia o en el Perú dejarían al novio mudo de estu­por. Pero en Herzegovina la cruz despierta el mayor amor, y el crucifijo es el tesoro de la casa.
El Padre Jozo explica con frecuencia a los peregrinos que, en su país, cuan­do los novios llegan a la iglesia traen consigo un crucifijo. Este crucifijo es bendecido por el sacerdote y reviste una importancia central durante el intercambio de las promesas matrimoniales[1].
En efecto, la novia pone su mano derecha sobre la cruz; a su vez, el novio pone la suya sobre la de su novia, y las dos manos se encuentran así reunidas sobre la cruz, asentadas sobre ella. El sacerdote coloca entonces su estola so­bre las manos de los futuros esposos. Ellos pronuncian su consentimiento y se juran fidelidad según el rito clásico propuesto por la Iglesia. Luego los novios no se besan, sino que besan la cruz. Saben que así besan la fuente del amor. Aquel que se acerca y ve sus dos manos extendidas sobre la cruz comprende que si el marido abandona a su mujer, o viceversa, abandona la cruz. Y cuan­do uno ha soltado la cruz, nada queda, todo se ha perdido, porque se ha sol­tado a Jesús, se ha perdido a Jesús.
Después de la ceremonia, los recién casados se llevan de vuelta este cru­cifijo y le dan un lugar de honor en su casa. Este se volverá el centro de la oración familiar porque ellos están convencidos de que la familia ha nacido de la cruz. Si surge un problema, si un conflicto estalla, es a la cruz a la que los esposos acuden en busca de ayuda. No irán a ver a un abogado, no con­sultarán a un adivino o a un astrólogo, no contarán con un psicólogo o un consejero para resolver sus dificultades. No, irán frente a la cruz, ante su Jesús. Se pondrán de rodillas, y junto a él derramarán sus lágrimas, gritarán su sufrimiento y, sobre todo, intercambiarán su perdón. Y no se irán a dormir con un peso en el corazón porque habrán recurrido a Jesús, al único que tie­ne el poder de salvar.
Enseñarán a sus hijos a besar la cruz cada día y a no acostarse como paga­nos sin haber agradecido a Jesús. Los niños siempre han sabido que Jesús es el amigo de la familia, que se respeta y a quien se le dan besos. Esos niños no re­ciben de regalo unos ositos que puedan abrazar durante la noche para sentir­se seguros, sino que dicen "buenas noches" a Jesús y besan la cruz. Se duermen con Jesús, no con un animalito de peluche. Ellos saben que Jesús los cobija en sus brazos y que no deben temer; sus miedos se apagan en el beso a Jesús.

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